jueves, 25 de agosto de 2011

Hoy te vi.

Hoy te vi, y todo había cambiado...

Recuerdo con nostalgia cómo al pasar a tu lado sentía como si una docena de caballos trotara por mi costillar. También cómo me esforzaba por andar indiferente, con la cabeza en alto, para que no vieras cómo por dentro me hervía la sangre viéndote sin verte. No sabes lo difícil que es controlar tus pies en esas situaciones.

Sí, los recuerdos son como las hojas que, al llegar el otoño, pierden todo su color y se convierten en cobrizos vestigios de lo que una vez fueron y nunca volverán a ser. Tú has perdido todo tu verdor y lo único que queda de ti está en mis raíces.

Hoy te vi, y todo había cambiado...

No hay impulsos ni temblores, hasta mi corazón respetaba el límite de velocidad, será que me he acostumbrado a tu ausencia y quizás la sienta hasta placentera.
Sin embargo voy a permitirme el lujo de pedirte que te vayas, que te alejes tú y tu endemoniada hermosura de maniquí y que no vuelvas siquiera por donde aún queden mis huellas.

Tanto me ha costado olvidarte, tanto me ha costado andar con rencor y palabras no dichas en la mochila que si tengo clara una cosa es que no quiero volver a hacerlo.

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